Pobre Miguel Frangoulis. ¡Qué pena lo de Mario Kostzer! Una lástima la frágil autonomía de la agencia privada que distribuye los diarios y revistas en los quioscos tucumanos. Causa desdicha, también, leer un informe periodístico sobre las lecturas preferidas de los tucumanos. Entre tantos títulos mencionados, ni siquiera se enumeró fugazmente el nombre de una obra que, bien o mal, bajó en tinta la manera en cómo se ejerce el poder real en la provincia. Existe una preocupante verdad: los tucumanos comentan en los café sobre esta obra más que leerla. Es así por una subterránea prohibición que limitó su venta y distribución.
Sin embargo, a pesar de estas restricciones, la obra “José Alperovich. El zar tucumano” ya se imprimió por segunda vez a través de la editorial Dunken. Esto demuestra la avidez de un lector interesado por ampliar su caudal de conocimiento en un distrito en el que, a veces, se mantiene un oxidado monopolio de la información.
El amplio debate cultural parece no haber pasado las fronteras de la provincia. Frangoulis, dueño de la librería El Griego, lejos de promover la pluralidad que emana el mundo de los textos, se fastidia ante el público que cruza las puertas de su comercio y consulta por “El Zar”. Ahuyenta al cliente con una ligera réplica política, como si fuera él quien debiera defender al gobernador Alperovich. Frangoulis no es un funcionario. Es un revolucionario de café. Sólo eso…de café y de palabras. No en los hechos. No se conocen sus gestas.
Famoso por su simpática obra “El pelotudo argentino”, Kostzer sí es un innovador en lo relativo a los textos. Sus ideas vanguardistas se reflejaron en su título. También en su búsqueda por hacer de su comercio, La Feria del Libro, un sitio mucho más rentable que un stand con libros. Allí montó su editorial de textos, aunque se desconoce si reglamentó un derecho de admisión, como lo hizo para vender “El zar tucumano”. Una pena, siendo Mario tan capaz.
La agencia Rómulo Guzmán se excusó de distribuir “El zar” dejando en claro que es una firma privada que carece de libertad e independencia. “Apretaron al dueño”, explicó derrotado el empleado Fernando Torres al romper el acuerdo que había sellado apenas unas horas antes con los autores del libro.
¿Qué leen los tucumanos? Muchas cosas. El tucumano es culto y exigente. Así como es capaz de engullirse en una noche a Auster, Oé o Kapuscinski, también es atraído por las historias de la política contemporánea. Sean historias lejanas o domésticas. Por eso, más allá de las omisiones de un suplemento dominical, suponemos que en más de una biblioteca o en alguna mesa de luz, una obra de “El zar tucumano” descansa a la espera de ser leída.
Quienes escribimos, queremos ser leídos. Es obvio. Y nos sentimos leídos, a pesar de las inútiles restricciones, los caprichos y el rol genuflexo de muchos comerciantes.
Gracias a todos los lectores y a su respaldo para que “El zar” se divulgue y se distribuya. Gracias a todos por esta nueva edición que ya circula pese a la retórica excluyente del silencio que ciertos sectores aún pugnan por imponer.
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